Que sí, que del Madrid al cielo y tal, pero en ese
entretenido camino entre aceras y firmamento hay muchas cosas que hacer.
Empezando por estas 53.
1. Aparecer bajo el arco iris de la T4. Perder medio kilo
caminando por sus relucientes pasillos hasta la salida.
2. Tentar al esguince cervical observando los gigantes
resplandecientes que son las Cuatro Torres. Lamentar que ninguna de ellas tenga
un mirador para estar más cerquita de las nubes.
3. Comprobar que los rascacielos ganan en belleza con la
distancia y que, desde lejos, dan hasta sensación de soledad, de gigantismo
aislado y de melancolía.
4. Preguntarse cómo es que las torres Kio no se caen.
5. Dudar si el Juan Carlos I es un parque con estatuas o
unas estatuas con parque. Pasar del asunto con un picnic súper yankee sobre su
hierba.
6. Coquetear con quien toque entre las ruinas romántica,
ermitas, parterres y laguitos que pueblan el Parque del Capricho. Constatar que
sea cual sea el día, la época del año y la hora siempre está precioso.
7. Honrar, caminando por la Castellana, a aquellos edificios
que pretendieron ser modernos y que hoy descansan desordenados en ese
cementerio de robots que es AZCA.
8. Discutir con un taxista.
9. Tratar de comprender cómo es que el Tour del Bernabéu es
uno de los museos más visitados de España subiendo por sus ascensores, bajando
a sus vestuarios y rememorando viejas gestas merengonas en sus pantallas.
10. Aprender sobre la vanguardia y la extravagancia en la
mesa de DiverXo.
11. Excavar en la noche y encontrar los principales mitos y
leyendas de esta ciudad dando tumbos por Malasaña. Añorar la Movida aunque no
se haya vivido en las propias carnes y pupilas
12. Saludar a la niña de la Plaza de San Ildefonso. Apoyarse
junto a la estudiante de la Calle Pez. Entremedias, tratar de probar todo los
gin tonics que asomen por las puertas y no morir en el intento.
13. Brindar con unos ‘yayos’ o vermut en cualquiera de las
tabernas míticas de este barrio, sacralizadas y ocupadas por la modernidad.
14. Desterrar cualquier prejuicio tras una noche loca por
Chueca.
15. Descansar de todo al alzar la vista y descubrir el
azulérrimo cielo sobre los edificios.
16. Bajar zigzagueando por calles como Conde Duque,
Corredera Baja de San Pablo o Fuencarral, aceras con más solera y estímulo que
cualquier avenida presuntuosa.
17. Reencontrarse con el cine de verdad por Martín de los
Heros.
18. Asomarse ante lo que parece el fin del mundo pero
encontrarse con otra media ciudad. O lo que es lo mismo, dejar el templo de
Debod a las espaldas para agarrarse a la barandilla y fantasear con que todo
eso, algún día, “será mío”.
19. Abrir las puertas de San Antonio de la Florida para
encontrarse con todo un cielo pintado con frescos de Goya.
20. Practicar turismo viejuno (y con vistazas) montando en
el teleférico mientras uno se pregunta ¿qué pasó con el faro de Moncloa?.
21. Pasear por las carreteras postapocalípticas y
abandonadas de la Casa de Campo. Circunvalar el lago rememorando los buenos
años domingueros mientras se sortean a los ciclistas del anillo verde.
22. Recuperar años de vida y recuerdos de la infancia en el
encantador Parque de Atracciones de Madrid. Vencer al vértigo desde lo más alto
de la Lanzadera, disfrutar de las vistas únicas de Madrid y acabar fardando con
que se ha sobrevivido a la mítica Casa del Terror.
23. Echar de menos a Chu-Lin (el famoso oso panda) mientras
se recorren los caminos serpenteantes del zoo.
24. Constatar que Madrid es una ciudad de reyes y
presuntuosa recorriendo, estatua a estatua, toda la Plaza de Oriente y los
Jardines de Sabatini.
25. Visitar el Palacio Real con la expectativa de
encontrarse a Letizia (o a Leonor) tras una puerta. Darse de bruces con la
realidad mientras se disfruta de los impresionantes salones donde no faltan la
colección de Stradivarius ni los cuadros de Velázquez, Ribera o Caravaggio.
26. Lamentarse de la oportunidad perdida ante la catedral de
la Almudena.
27. Bajar hasta las primitivas murallas de la ciudad
mientras se escucha la famosa leyenda de por qué a los madrileños se les conoce
como ‘gatos’.
28. Emperifollarse para disfrutar de una ópera en el Teatro
Real.
29. Comparar Callao con Times Square y que no parezca una
locura. El neón de Schweppes es el más bonito del mundo. Y punto.
30. Tragar con el maravilloso eclecticismo de comercios,
edificios y viandantes de la maravillosa Gran Vía. Aún así, añorar espacios
míticos como el Madrid Rock o el Palacio de la Música.
31. Encontrar un huequito en el Centro para ojear un libro y
tomar unos churros en una misma calle: San Ginés.
32. Quedar con alguien bajo el oso y el madroño.
33. Fantasear con una Nochevieja en la abarrotada Puerta del
Sol pero sin Ramón García y su capa.
34. Sumarse a la fauna guiri por la Cava Baja, el Arco de
Cuchilleros y los soportales de la Plaza Mayor.
35. Engullir un ‘relaxing’ bocata de calamares.
36. Tertuliar, con postureo y posturitas, en el Círculo de
Bellas Artes, en el Café Gijón o en los sillones reservados del Cock.
37. Desvelar la existencia de la Real Academia de Bellas
Artes de San Fernando, uno de los museos más completos y con menos prensa de la
ciudad.
38. Concluir que la esquina más alucinante del mundo es Gran
Vía con Alcalá. O lo que es lo mismo, el edificio Metrópolis.
39. Perder a un familiar durante las Navidades en el centro.
O durante las Rebajas.
40. Sacar la mítica foto de la Cibeles con la Puerta de Alcalá
de fondo.
41. Buscar al fantasma de la Casa de América y descubrir que
el Ayuntamiento es un sitio entretenido, con exposiciones diversas y hasta un
mirador en su tejado.
42. Santificar las terrazas, haga el tiempo que haga.
43. Cumplir con el guión y posar ante la Puerta de Alcalá.
44. Dominguear en el Retiro, entre los pequeños teatros de
títeres y los músicos callejeros.
45. Alquilar una barca en el estanque y echar una cabezadita
ante la atenta mirada de la estatua de Alfonso XII, la particular tartaleta de
la capital.
46. Morir de amor ante el palacio de Cristal donde todo está
hecho por y para el romanticismo: patos, estanque y cascadita.
47. Esquivar runners mientras se disfruta de otros rincones
del parque como la estatua al ángel caído, el bosque del recuerdo o el paseo de
carruajes.
48. Acercarse a la Plaza de toros de las Ventas y tratar de
separar su bello continente neomozárabe de su polémico uso.
49. Madurar con un Brunch como excusa.
50. Apoyarse en los kilométricos chaflanes del barrio de
Salamanca. Caminar la Milla de oro mientras se babea ante los escaparates.
51. Darle una segunda oportunidad al Museo Arqueológico
Nacional, una de las rehabilitaciones museísticas más interesantes de los
últimos lustros.
52. Convertir las eses antes de las ces en jotas mientras se
baja con orgullo por el eje Castellana-Recoletos-Prado. ¡Y que viva el eJque y
el wiJki!
53. Sobrevivir a un verano en su asfalto, con el “Aquí no
hay playa” y el manual de buen Rodríguez como acompañantes
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