Durante siglos, las plazas públicas de pueblos y ciudades
han sido el lugar en el que exponer la fe de un pueblo, la justicia y el
escarnio de malhechores
Quien pasee hoy por la plaza de algún pueblo de la provincia
y vea un hito en mitad de la plaza o en un cruce de caminos, probablemente
desconozca que esa columna de piedra fue un símbolo de muerte, de
ajusticiamiento, de escarnio público. Un lugar maldito. Eso que ve el paseante
se llama picota.
La picota era un elemento de orden penal cuya existencia se
extendió a casi toda Europa y posteriormente a América. Su utilidad era «la
aplicación y ejecución de la pena» capital impuesta al condenado entre los
siglos XIII y XIX. Así lo define José Zufiaurre en su artículo en la revista
del Anuario de Eusko-Folklore de la Fundación José Miguel de Barandiaran. Hoy
son nada más un vestigio de aquella justicia que se impartía en pueblos y
ciudades.
La picota era utilizada para la exposición pública de reos o
las cabezas de ajusticiados. Estas columnas, a menudo construidas de piedra o
ladrillo, servían como un recordatorio público de la justicia y el castigo.
La pena de exhibición en la picota aparece ya legislada en
el siglo XIII, en el libro de 'Las Partidas', de Alfonso X, considerándose la
última de las penas leves a los delincuentes para su deshonra y castigo.
La historia nos pone delante una de las más claras
manifestaciones de este hito. Los Comuneros, Juan de Padilla, Juan Bravo y
Francisco Maldonado, fueron ajusticiados en Villalar (Valladolid) el 23 de
abril de 1521. Les cortaron la cabeza y las expusieron en el antiguo rollo de
Villalar. Un obelisco de 1899 recuerda hoy el lugar del luctuoso hecho.
Superstición
Alguna de las que se conservan en la provincia son las de
las localidades de Presencio o Hacinas. Estas columnas, que a menudo se
construían en las plazas principales, eran un recordatorio de la ley y el orden
que trataba de encauzar la conducta de los vecinos y también un medio para
deshonrar y castigar a los delincuentes.
Temerosos de ser expuesto su cadáver en caso de
ajusticiamiento, la vecindad se alejaría de cometer cualquier fechoría. Un
elemento que el poder usaría para mantener a raya a la gente.
Sin embargo, y he aquí el misterio, la superstición, la
creencia popular que se ha extendido a lo largo de los siglos es que las almas
de los ajusticiados podrían regresar al pueblo. Y esas horcas o picotas se
sacaron de las plazas a los cruces de caminos. Si se colocaba en una
encrucijada les confundiría a esas almas errantes la dirección que debía seguir
En cualquier caso, eran, y son, un recordatorio de un pasado
en el que la justicia -mejor, la pena de muerte- se hacía pública y visible
para todos. En muchas ocasiones era un simple tronco de madera clavado con
fuerza al suelo; después pasó a ser cubierta de ladrillos o piedra para
conseguir más firmeza, y así es como se mantiene hasta nuestros días.
¿Cómo eran?
La picota era columna de piedra, de fuste generalmente
cilíndrico con remate cónico. Disponían de unas argollas o garfios de los que
se colgaban los miembros de los ajusticiados.
En otros casos, sobre el fuste y bajo el remate superior,
tenían la pieza más importante de la picota, «consistente en cuatro brazos
horizontales, llamados perrillos, rematados con figuras de caras de animales,
de los que se colgaba a los ajusticiados», como explica Zufiaurre.
En ocasiones, los rollos también eran utilizados como
lugares de exposición de ajusticiados también. Con el paso del tiempo las
funciones de ambos elementos se fueron confundiendo y fusionando, hasta el
punto que ambos tipos fueron abolidos por las Cortes de Cádiz y mandados
destruir en 1813
En algunos lugares se confunde el rollo y la picota como si
fueran dos elementos iguales. Pero no es así el estudioso de este tema Fernando
Videgain escribía en la publicación de Diputación Foral de Navarra que lleva el
nombre de la comunidad autónoma que el rollo «no fue lugar de ejecución sino
límite indicador de la jurisdicción municipal» aunque algunos pueblos lo
asumieron como tal.
La picota se atribuía a la condición de villas «con vida
municipal propia y autonomía administrativa; y fue desde un principio signo de
jurisdicción penal».
Los rollos de Burgos
Desde el punto de vista de la administración de justicia, la
provincia siempre ha tenido una gran importancia. Prueba de ello son los
notables ejemplos de localidades que tenían su rollo y que ha convivido con su
población a lo largo del tiempo como los de
Barbadillo del Mercado, Covarrubias, Hontoria del Pinar,
Jaramillo Quemado, Miranda de Ebro, Padilla de Abajo, Peñaranda de Duero,
Presencio, Retuerta, Sotopalacios, Villahoz y Jaramillo de la Fuente.
Cruceros
Los cruceros muestran la cara más esotérica de estas
construcciones. Burgos, como hito del Camino de Santiago, tiene muchas cruces
de este tipo que orientan al peregrino que camino ha de tomar. En la capital
hay al menos cuatro de importancia, algunas son góticas, otras son posteriores.
Se trata de las cruces del Hospital de Rey, que fue un rollo
al que se incorporó una cruz; el de Nuño Rasura -antes frente a la Catedral y
el Arco de Santa María-; el de Gamonal, frente a la iglesia de Santa María la
Real y Antigua y el de la plaza del Rey, una donación gallega a la ciudad de
Burgos.
El que fuera presidente del Colegio de Aparejadores,
Santiago Tárrega, recorrió la provincia con el fin de catalogar estos
monumentos. Lo hizo en un libro, 'Monumentos menores de la provincia de Burgos:
Inventario de picotas, rollos y cruceros'.
Cada monumento viene acompañado de una pequeña ficha, en
general muy breve o técnica, pero que en ocasiones refleja curiosas historias
relacionadas con cada ejemplar. Tárrega identifica en la provincia 12 picotas,
15 rollos, 15 picotas-rollos, 101 cruceros, 8 rollos-cruceros y 5 humilladeros.
Humilladero
Las cruces de los humilladeros son una variedad de los
cruceros. Como la palabra indica se trata de un monumento que tuvo un fin
expiatorio, además del claro sentido devocional. Es una cruz en un hito o mojón
colocado a la entrada de las ciudades o de los pueblos y villas, como muestra
de piedad. Está protegida, normalmente, por un tejadillo o forma parte de la
arquitectura de una ermita.
La más espectacular está en Sasamón. Pero otras como las
cruces de Adrada de haza, la de Fuentelcésped o la de Frías, merecen atención.
La de Sasamón es la más bella por su barroquismo arquitectura. Tiene seis
metros de altura. En ella está representa la historia de la salvación y la
redención del hombre a través de la muerte de Jesús, desde el pecado original
hasta la coronación de la virgen. Los historiadores aseguran que, junto con la
cruz de Durango, es una de las más ricas y completas de la cristiandad. Está
fechada en torno al año 1500 y próximo al círculo de los Colonia.