martes, 30 de septiembre de 2014

Héroes Burgaleses en la guerra de Cuba

En 1945 la ciudad de Burgos tributaba un público homenaje a uno de los héroes de Cascorro, el soldado burgalés Ruperto Martín Sanz, al tiempo que un decreto de la Jefatura del Estado le concedía de forma honorífica el grado de teniente.
Ruperto había nacido en la localidad burgalesa de Barbadillo del Mercado el año 1876 y al cumplir los veinte años se apuntó voluntario para luchar contra los insurgentes cubanos, que amenazaban acabar con nuestras colonias en el Caribe.

Embarcó en el puerto de Santander a bordo del vapor “Montevideo”, junto con otros 5.000 voluntarios. Al llegar a La Habana fue destinado a la provincia de Camagüey, pasando después a Puerto Príncipe, de donde en el mes de mayo, salió con un pequeño destacamento del Regimiento de Infantería María Cristina nº 63, al mando del capitán Neila, hacia la cercana población de Cascorro, donde quedó de guarnición..
El 22 de setiembre de 1896 la pequeña población de Cascorro fue rodeada por una partida de más de tres mil guerrilleros mambises, al mando de los generales insurrectos Máximo Gómez y Calixto García.
Los insurgentes se habían apoderado de un cercano bohío desde donde, durante varios días con sus noches, no dejaron de bombardear la posición que ocupaban los españoles, que empezaron a sufrir numerosas bajas, pero que resistieron a pie firme todas las embestidas que lanzaron los mambises para ocupar su posición, llegando el capitán Neila a rechazar a unos parlamentarios que se acercaron con bandera blanca ofreciéndoles una honrosa rendición.

Finalmente, el 27 de septiembre, con el destacamento español diezmado, agotado por la falta de comida y sin apenas dormir, el capitán Neila pidió voluntarios para una peligrosa misión, que consistía en pegar fuego a aquel cercano bohío desde donde les estaban acribillando. Muchos fueron los voluntarios, entre ellos el burgalés Ruperto, pero, finalmente, el encargado de llevar cabo la hazaña que les iba a salvar fue el madrileño Eloy Gonzalo García , quien en la madrugada del 29 al 30, llevando un gran bidón de petróleo, se deslizó hacia la posición enemiga logrando prenderla fuego por varios sitios y obligando a sus ocupantes a abandonarla, consiguiendo regresar con los suyos sano y salvo. Al parecer, el soldado madrileño había pedido que le atasen una cuerda a su pierna para que pudieran recuperar su cuerpo en caso de que resultara abatido por los mambises. El destacamento de Cascorro fue recuperado pocos días después por una columna española al mando del general Adolfo Jiménez Castellanos.

Los supervivientes de esta heroica acción fueron condecorados con una medalla al Mérito Militar, y el Casino español de Puerto Príncipe les hizo entrega de un Diploma conmemorativo.
Concluida la guerra, Ruperto Martín regresó a España en el vapor alemán “Fulda”, volviéndose a Burgos, donde reanudó su vida de modesto campesino. Se casó con una joven burgalesa de Quintanilla del Agua, con la que tuvo ocho hijos, de los que tan solo les vivieron tres. Después de trabajar en diferentes faenas, acabó como guarda de campo hasta su jubilación. Murió en el mes de mayo de 1954.

Eloy Gonzalo García falleció de enfermedad el año 1897 en el Hospital Militar de Matanzas, sus restos fueron repatriados a España junto con los del general burgalés D. Fidel Alonso de Santocildes y reposan en el mausoleo del Cementerio de la Almudena de Madrid, levantado en honor de los muertos españoles de Cuba y Filipinas.
El Ayuntamiento de Madrid le dedicó una plaza, que actualmente se llama Plaza de Cascorro, y le levantó una estatua en el Rastro, que fue inaugurada por D. Alfonso XIII.



jueves, 25 de septiembre de 2014

Románico: iglesia de San Esteban Protomártir


Paradójica en sus manifestaciones y desconcertante en sus signos, la Edad Media propone a la sagacidad de sus admiradores la resolución de un singular contrasentido. ¿Cómo conciliar lo inconciliable?. ¿Cómo armonizar el testimonio de los hechos históricos con el de las obras medievales?.

Los cronistas nos pintan esta desdichada época con los colores más sombríos. Por espacio de muchos siglos, no hay más que invasiones, guerras, hambres y epidemias. Y, sin embargo, los monumentos -fieles y sinceros testimonios de aquellos tiempos nebulosos- no evidencian la menor huella de semejantes azotes. Muy al contrario, parecen haber sido construídos entre el entusiasmo de una poderosa inspiración de ideal y de fe por un pueblo dichoso de vivir, en el seno de una sociedad floreciente y fuertemente organizada.

En esta iglesia de San Esteban Protomártir, situada en el pintoresco pueblo de Pineda de la Sierra  (en la Sierra de la Demanda).
Tampoco resulta extraño encontrarse con figuras de apostólica relevancia entre este bestiario sobrenatural, representativo de vicios y pecados -entre los que destaca la sirena, cuyo cuerpo parece formar un arco tensado, con sus dos colas rozando los cabellos- que generan -metafóricamente hablando- singulares islas de virtud y observancia, triunfantes sobre el paganismo; como esa figura que, a juzgar por la llave que porta en su mano, podría identificarse con San Pedro, dando un arcano sentido, quizás, a la romería que todos los años se celebra en su honor, en la que el Ayuntamiento de Pineda, de manera tradicional, reparte bocadillos y vino entre los vecinos. O esa presumible Adoración, donde Madre e Hijo denotan una realeza espiritual, divina, a juzgar por sus coronas. E incluso el centauro-sagitario, en plena cabalgada, cuyo arco tensado parece apuntar hacia la impasible ambigüedad de unos grifos cuyo sentido no alcanza a desnivelar los contrapesos simbólicos de una balanza imaginaria, y que en este caso, probablemente cumplan con la función de circunstanciales asmodeos custodios del templo.



viernes, 19 de septiembre de 2014

GAITEROS Y REDOBLANTES, A MODO DE HOMENAJE

                                                      El gaitero Elías Izquierdo.
      
No me preguntéis, queridos amigos de este Cajón de Sastre, cómo y de qué manera atravesaban la imponente sierra del Mencilla los músicos de Tinieblas para tocar en las fiestas de los pueblos del otro lado, ni tampoco cómo lo hacían los de Villamiel, o los de Jaramillo de la Fuente. Es una asignatura de epopeya que aún tengo pendiente de aprobar. No sé vosotros, pero sólo de imaginarlos con sus dulzainas y sus cajas ascendiendo por las laderas nevadas del célebre pico me entran sudores, aun en Navidad, que es cuando Tripa Negra con su dulzaina y cualquiera de sus dos hijos redoblantes, con sus cajas, amenizaban las fiestas de San Esteban, de Villorobe, el pueblo que ya no existe, el caserío que el pantano del Arlanzón se tragó. Imaginar la ascensión con nieve hasta la cintura es ya escalofriante, pero debía ser aún peor mantenerse en pie durante las fiestas patronales al hacer los pasacalles patinando sobre la nieve y el hielo. Permitidme aquí que me pregunte, amigos de lo imposible, de quién fue la feliz idea de celebrar la fiesta patronal de algunos pueblos burgaleses en diciembre, cuando el clima es tan riguroso. Frecuentes fueron los casos de músicos retenidos en pueblos en fiesta, durante muchos días, por copiosas e intempestivas nevadas.
Ahora corre agosto, mes de las mil y una fiesta en la provincia, dejadme por ello que os amenice la función con un relato que me fue contado en Villamiel, hace ya una docena de años, por Bernardino Echebarría, otro de los músicos serranos que escribieron con sus dulzainas y redobles las fiestas de muchos de nuestros pueblos.
 
TRIPA NEGRA Y RABO ESQUILAO, MÚSICOS DE LA SIERRA

“[El dulzainero] Tripa Negra hace muchos años que murió, tendría ahora más de cien años. Se llamaba Pablo y era de Tinieblas. Era muy negro y estaba gordo.  Tenía tres hijos, él era dulzainero, y los hijos tocaban la caja. Y yo también fui dulzainero. Yo estuve de gaitero desde los 21 años hasta los 31 y he ido hasta San Juan de Ortega andando, a Galarde, a Villorobe... A Villorobe dije que no iba más, porque la fiesta era en Navidad y había una nevada que no podía ir tocando la gaita por las calles porque había un hielo que no era posible, ¡no se me olvidará! Me acompañaba de redoblante otro de Villamiel. Yo he estao tocando por carnavales en Arlanzón, en Villasur en Urrez, en San Adrián, en Modúbar de la Cuesta... Cuando empecé yo, al principio me pagaban treinta pesetas. Dormíamos en las casas de los mozos; ellos  decían dónde te  tocaba cenar, y  allí mismo te tenían que dar cama.

A los chicos de Tripa Negra le salieron buenos redoblantes. Como no tenían más que la caja y la gaita, pues iban un hijo y él con la dulzaina. Y ya cuando los hijos se fueron separando de él, que se fue cada uno por..., el uno se casaba, el otro también, pues ya tocó con un redoblante de San Millán de Lara, no sé como se llamaba. Pablo iba mucho a Pineda por la sierra, porque habían venido unos americanos [indianos] y le mandaban ir a tocar. Iban andando, claro, entonces todo era andar.

En Tinieblas había otro gaitero, que se llamaba Marcelo.Y había otro gaitero que se llamaba Elías [Izquierdo], que le llamaban Rabo Esquilao, que era de Jaramillo la Fuente, que le llamaban el  cencerrero, que vendía cencerros y tocaba la gaita, hacía de todo, Y ese sí que, con un hijo que tuvo, ya a lo último se echó batería; pero no quería que le llamaran Rabo Esquilao.

En Castrillo la Reina había otro gaitero, en Hortigüela había otro, en Covarrubias había tres o cuatro...” 
Fuente: Memorias de Burgos

Yo también quiero dejar constancia que en Pineda de la Sierra hay otro gaitero que toca muy bien la dulzaina, se le llama cariñosamente “Manolin”, hoy ya retirado.