«Al menos llegó el agua, lo que más falta nos hacía...»
El 1 de enero de 1955, mientras tañían las campanas de la
Real y Antigua, el alcalde capitalino Florentino Díaz Reig y sus concejales
saludaban exultantes a los 2.400 vecinos del nuevo barrio y se preparaba la
paellada popular, todo empezó a cambiar para este pueblo que, en el fondo,
nunca añoró la anexión con la gran capital y al que, se lamentan hoy los que
saben lo que cuesta un vaso de agua, nunca se le ha tratado como se prometió...
El Gamonal de 1955 era, como se le denominó prepotentemente
desde la Plaza Mayor, un «islote» perdido en la incipiente modernidad que
empezaba a vivir España. Ese aislamiento, defendido mayoritariamente por sus
habitantes y fortificado en los privilegios a perpetuidad sobre el suelo
otorgados por el Monasterio de San Juan de Ortega en el siglo XVII a los 14
vecinos más antiguos (el Censo de los Catorce), fue utilizado durante años por
los políticos de la capital y el régimen franquista (en la persona de
régimen franquista (en la persona de los gobernadores
Alejandro Rodríguez de Valcárcel y Posada Cacho, entre otros) para intentar
atraer con desigual suerte al que hoy es el barrio más populoso de la ciudad
(más de 70.000 habitantes)y donde, además, se ubicaba el aeródromo militar y
una incipiente industria seducida por unos tributos más laxos.
Uno de aquellos vecinos, José Antonio Saiz Perea, recuerda
con indignación cómo la tubería de abastecimiento pasaba a escasos metros de
sus casas en dirección al cuartel de Intendencia (frente a los terrenos donde
se instalaría Firestone), pero el Ayuntamiento se negó en corto a abrir un
ramal mientras no se firmase la anexión. Otro, también avanzado en años, aún
lamenta cómo los todopoderosos gobernadores civiles franquistas («y el cura que
me bautizó», añade Irineo) hicieron y deshicieron para quitar de en medio al
alcalde más reacio a la unión.
En carro a Burgos. En verdad, pese a lo que dijesen
alcaldes, gobernadores y curas, no les que quedaba otra alternativa que ser
Burgos, lo firmase Franco o no. El desarrollo mandaba...
El Gamonal de entonces, en el que el río Pico fluía por
donde hoy se ubica la modernista Casa de la Cultura, ocupaba una superficie de
apenas 2,3 kilómetros cuadrados, aunque las propiedades de sus vecinos se
extendían mucho más allá del espacio delimitado por los dos fielatos (uno
ubicado en el cuartel de Intendencia y otro en la actual gasolinera de la
glorieta de Logroño), donde se cobraban los arbitrios por el paso de
mercancías.
Honorato Rupelo, el hijo del panadero, apunta que en la Casa
Consistorial había taberna y carnicería y que el pueblo disponía de martillo
pilón para fundir piezas, pellejería, varias lecherías y cochinerías, talleres
de chapa y numerosos bares, como el de la familia de Gloria Burgos.
Pilar Blasco, la hija del barbero, recuerda como si fuesen
hoy las tardes con sus amigas mientras trillaban en las eras, donde poco tiempo
después se levantaría el dominó de la barriada de la Inmaculada. María Antonia
Alonso trae a la conversación los días en el entorno de Casa la Vega, «donde
comíamos las algarrobas», un rincón transformado hoy en el nuevo Gamonal.
Varios años antes, en el 36, Benita de la Fuente acudía a este mismo lugar con
su familia a esconderse en los refugios excavados bajo la tierra para
protegerse de los ataques aéreos...
El patio trasero. En la escuela se formaba a los chavales
con el objetivo de que a los 14 años empezasen a trabajar en Campofrío o la
Loste y contribuyesen al sustento de la familia. A los más sobresalientes se
les enviaba a la universidad laboral o a los conventos.
El padre de María Antonia Alonso trabajaba en la harinera de
la capital, a donde se desplazaba a diario en un coche tirado por caballos que
hacía el recorrido de la N-1 hasta la Academia de Ingenieros. Sí, la calle de
Vitoria, vacía entonces, pero que en apenas una década después se convertiría
en la arteria principal de la ciudad del Polo de Desarrollo Industrial, que
atrajo a miles y miles de familias obreras al nuevo barrio, que poco a poco fue
perdiendo su pueblo original... Este olvido es visible hoy alrededor de la
vieja fuente y también muy doloroso para sus vecinos, que se sienten
«engañados» por los munícipes de las últimas seis décadas.
Aquella urbanización desaforada y desordenada de viviendas,
recuerda Luis Ortega (el joven que se limpiaba sus botas saltando en los
charcos junto al río Pico) destrozó el pueblo, pisoteó sus huertas y levantó
frente a las casas gigantescos muros de bloques de viviendas de diez alturas.
«Quién no se iba a marchar de allí...».
Gamonal, sienten sus más mayores, siguió esperando las
promesas capitalinas y fue tratado como una especie de patio trasero de la
ciudad industrial, un escalón más abajo en el que tropiezan muchos prejuicios
entre los vecinos del barrio y del centro, aunque el verdadero centro de la
ciudad es ya el barrio. «Hace 60 años -nos resume Luis Ortega y confirma
Carmen- vivíamos aquí como en una familia; los inviernos eran muy duros y si hacía falta nos ayudábamos, y siempre con
buena predisposición... Era muy bonito».
La señora Bene cumplió el domingo 85 años muy bien llevados.
Tenía 25 cuando el alcalde Díaz Reig y el gobernador Posada Cacho le daban a la
paella para celebrar la anexión. La suya fue la última boda en aquel Gamonal
independiente, en el altar de la Real y Antigua, donde también se casaron sus 4
hijos... La vida sigue.
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