Son uno más de la familia, pero, sin el control adecuado, las mascotas pueden convertirse en una fuente de enfermedades. Según la OMS, tres de cada cuatro nuevas infecciones proceden de los animales.
Toxoplasma: el parásito que puede llegar al feto.
El enemigo número uno entre las embarazadas que conviven con
un gato es la toxoplasmosis. Durante los meses de gestación, han de manipular
la mascota con cuidado, para prevenir una infestación que puede derivar en
malformaciones e incluso en abortos. Para tranquilidad de las futuras madres,
hay que decir que esa situación solo se da en casos extraordinarios, cuando el
parásito que la provoca, el Toxoplasma gondii, atraviesa la barrera placentaria
e infecta al feto. El contagio puede ser instantáneo al tocar las heces del
animal enfermo cuando se manipulan inadecuadamente los areneros y las cajas de
excrementos de la mascota.
Los síntomas más comunes son la inflamación de los
ganglios linfáticos de cabeza y cuello, fiebre y dolores de cabeza, garganta y
músculos. Leídos de un tirón pueden provocar alarma, pero no hay motivo para
ella, pues la toxoplasmosis suele ser una dolencia leve, aunque, eso sí, puede
reaparecer. La mejor medida contra el contagio es la prevención. La persona
encargada de limpiar el arenero del gato ha de enfundarse previamente unos
guantes, a ser posible, desechables. Y, tras acabar con esta tarea, debe
lavarse las manos. Por precaución básica, las embarazadas y las personas
inmunodeprimidas es mejor que deleguen la tarea.
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