1. El alcohol facilita el descanso
Esta idea está muy arraigada, pero no tiene base científica.
Sí es cierto que cuando hemos ingerido alcohol experimentamos somnolencia, sin
embargo, una vez hemos conciliado el sueño, su calidad empeora. La profundidad
y el efecto reparador que se produce en el descanso normal se ven alterados
porque la bebida reduce la fase REM. En este periodo se registra una relajación
muscular total y se presentan los sueños, indispensables para reorganizar
nuestro cerebro.
2. Mientras duermo puedo aprender cosas
Con el sueño perdemos nuestra autoconciencia, pero eso no
significa que el encéfalo permanezca inactivo. En realidad, está trabajando en
tareas fundamentales para procurarnos bienestar. Por ejemplo, en el descanso se
fijan los conocimientos que hemos adquirido durante la vigilia. Por eso se afirma
que lo más adecuado antes de presentarse a un examen, además de estudiar, es
dormir el número de horas adecuado.
3. La cama, el deporte de los vagos
Dedicar tiempo a descansar lo suficiente es la mejor forma de
ser productivo. No hacerlo influye negativamente en la manera de razonar y
sentir, y también se incrementa la probabilidad de sufrir problemas metabólicos
y endocrinos. Rachael Taylor, investigadora de la Universidad de Otago, en
Nueva Zelanda, ha descubierto que los niños de edades comprendidas entre tres y
cinco años que duermen menos de once horas por noche son más propensos a tener
sobrepeso u obesidad cuando cumplen los siete.
4. El fin de semana recupero el sueño perdido
Remolonear entre las sábanas el sábado y el domingo para
compensar la dinámica de trasnochar y madrugar los días laborales puede tener
sus ventajas, como reducir el riesgo de diabetes, tal y como sugiere una investigación
realizada en la Universidad de Chicago. Sin embargo, no es una buena forma de
equilibrar todo el sueño que hemos perdido, lo que puede acarrear numerosos
problemas de salud.
5. Roncar es molesto pero no perjudicial
Los ronquidos pueden convertirse en una pesadilla. Cuando se
dan de forma reiterada representan un indicador fiable de los achaques que nos
esperan a medio plazo. Por tanto, debe valorarlos un médico. Roncar es un
signo, por ejemplo, de la apnea del sueño –las pausas en la respiración que
sufren algunos durante el descanso–. A veces, quienes las padecen se despiertan
con sensación de ahogo, pero lo más relevante desde el punto de vista médico es
que esas interrupciones reducen los niveles de oxígeno en sangre –el ritmo del
corazón se altera y esta llega con más dificultad a los tejidos del cuerpo–, lo
que tiene a largo plazo efectos cardiovasculares. También aumenta la
probabilidad de sufrir accidentes de tráfico, pues el sueño no es reparador y la
persona se levanta cansada.
6. Con luna llena duermo peor
La palabra lunático procede de la creencia común de que al
dormir bajo la luz de la luna nos comportamos de una forma excéntrica e
impredecible. La influencia de los astros también es el motor de la astrología y
otras pseudociencias adivinatorias. ¿Tiene alguna base científica la creencia de
que el satélite de la Tierra modifica nuestro comportamiento o el descanso? Un
estudio en la revista Frontiers in Pediatrics aporta luz sobre el asunto. El
científico Jean-Philippe Chaput, del Instituto de Investigación de Ontario
Oriental, en Canadá, estudió la correlación entre las fases lunares y el sueño.
Para ello, analizó los niveles económicos y socioculturales de 5.812 niños
procedentes de los cinco continentes, así como un puñado de factores tales como
la edad, el sexo, la educación de los padres, el índice de masa corporal, el
tiempo que dormían por la noche, el día en que se realizó la medida, el grado
de actividad física y también el de sedentarismo.
7. A quien madruga, Dios le ayuda
El ciclo circadiano es el nombre del reloj biológico interno
que controla nuestros ritmos de sueño y vigilia, y está sincronizado con las
fases de luz y oscuridad de la Tierra. Salvo por motivos laborales, la mayor
parte de la gente funciona con ese ciclo: trabaja de día y duerme de noche.
Pero eso no quiere decir que el ritmo biológico de todas las personas sea el
mismo: las hay que funcionan mejor por la mañana y otras que lo hacen a última
hora del día. En función de esta característica, los individuos se dividen en
búhos, que trasnochan y se levantan más tarde; y alondras, que se acuestan
pronto y madrugan. Ojo: también hay gente que es neutra. Por otra parte, esta
clasificación cambia mucho con la edad. Así, los ancianos tienden a ser más
alondras, y los adolescentes, rapaces nocturnas.
8. No pasa nada por dormir con la tele encendida
Hay personas que planchan la oreja plácidamente mientras la
televisión funciona o incluso con la luz del dormitorio encendida. Sin embargo,
con independencia de nuestras preferencias, es más saludable hacerlo a oscuras.
Si no observamos esta medida básica de higiene del sueño, nuestro descanso no
será tan profundo como el cuerpo requiere. El reloj biológico está sincronizado
con los ciclos de luz y oscuridad, y la iluminación artificial rompe ese ritmo,
lo que causa a la larga numerosos trastornos, algunos graves. Por ejemplo,
puede afectar al estado de ánimo y se encuentra detrás de numerosos brotes de
depresión.
9. La siesta es una pérdida de tiempo
Echar una cabezada después de comer se vincula con
frecuencia con ser un vago. Sin embargo, es perfecto para estar más alerta en
el trabajo. Por eso, empresas como Google ya disponen de espacios donde sus
empleados pueden disfrutar de un sueñecito a mitad de jornada. En función de lo
que dure la siesta obtendremos unos beneficios u otros. Una de menos de cinco
minutos nos ayudará a combatir la somnolencia, pero si optamos por descansar
diez o veinte mejorará significativamente la concentración y la presión
sanguínea.
10. El niño que se duerme en clase es un holgazán
A partir de los doce años, los chavales parecen
mantas, no hay quien los saque de la cama. Pero eso no significa que sean vagos
ni, si ya han cumplido quince o más años, que tengan una vida disoluta. Tienden
a trasnochar más y prolongar el sueño porque sufren un retraso de unas tres
horas en sus ritmos circadianos. Además, tampoco se les debe reprochar: según
los médicos, hasta los veinte años se necesita dormir de promedio entre nueve y
diez horas porque el cerebro,en pleno desarrollo, precisa mucho tiempo de descanso.Fuente: muy interesante
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