Historias de la Mili

En los años 60 me incorporé al servicio militar como voluntario (amor a la patria). Entonces duraba la mili 18 meses para los voluntarios, (16 para los forzosos). Ingresé en el cuartel de Infantería San Marcial que estaba en calle Vitoria de Burgos, hoy ya no existe.

En el cuartel, estuve haciendo trabajillos menos de soldado de todo. Hasta que llegó un reemplazo de reclutas. Como apenas estábamos en el cuartel unos pocos veteranos, nos nombraron instructores para enseñar a los recién llegados reclutas. ¿Qué paso? pues que primero tuvimos que aprender nosotros la instrucción, para luego poder enseñarles a los reclutas. Y así se hizo. Estuvimos como un mes y después nos llevaron al campamento de Araca en Abechuco, (Vitoria-Gasteiz).

En el campamento si fue duro, mucho trabajo, mucha disciplina. Dormíamos en tiendas de campaña. Recuerdo que eran redondas y la cama era unos tablones de madera y colchonetas de paja. Así dormíamos todos, juntando los pies. La comida muy mala, nada más levantarte te daban un chusco de pan y el café (agua de castañas se llamaba). Malísimo. Y ¡hala!, a correr. La comida y la cena lo mismo un poco de todo.
Yo estaba al cargo de las personas que había en la tienda. Todos los que tenia a mi cargo eran gente que de currar nada de nada. Uno era el portero de fútbol del Burgos, otro era boxeador, otro escritor, un ciclista profesional. Todos eran así, gente que no aguantaban aquellos trotes.

Y como no dábamos la talla, nos vino un arresto. Que consistió en entregar cada uno una cartuchera llena de plomo. Había que ir al campo de tiro y con el machete buscar en la tierra las balas de plomo. Y era muy difícil porque estaba muy solicitado. Estos en lugar de ir al campo a recoger el plomo, lo compraban a otros que lo buscaban y se sacaban un dinerillo. No resulto porque no se consiguieron todas las cartucheras, nos pusieron otro arresto. Las horas que teníamos libres no podíamos salir de la tienda durante 15 días (Hay que imaginarse a 10 tíos encerrados sin poder salir de la tienda). Teníamos un Teniente que se llamaba Jiménez, todo el campamento temblaba ante él. Aunque uno no fuese de su compañía no le podía ni ver.

Un día se acercó a la tienda el teniente Jiménez y nos dijo: "Quién de Vdes. se apunta voluntario para irse a Burgos". No había terminado de hablar cuando le contesté: "Yo mi teniente". Me miró de arriba a bajo. "¿Seguro Montero?" "Sí", le contesté. "¡Vale!, pues que sepa que nos han pedido personal para hacer las guardias en el Penal de Burgos. ¿Todavía se quiere ir?" "Sí, mi teniente" Yo quería salir de aquella situación. Cuando llegase a Burgos tenía buen enchufe. Mi padre conocía a un Teniente Coronel y un brigada y sabía que me darían un buen puesto. Como así fue. No hice nada más que una guardia en el Penal. Después, estuve rebajado de todo servicio.

Ya en Burgos, hice pandilla con dos del pueblo de Barbadillo del Pez, cuatro de Fresneda de la Sierra y alguno más. Todos juntos nos lo pasamos muy bien hasta que nos licenciaron.
Se terminó la mili.