Si tuviésemos que enumerar los puentes más laureados de
Madrid muchos coincidiríamos al citar el de Segovia, el de Toledo, incluso el
modernísimo de Perrault. En un plano mucho más íntimo se mueve el que
posiblemente sea el puente más curioso de toda la villa. Os aviso que dar con
él no es fácil puesto que se encuentra dentro de la Casa de Campo. Aunque
quizás, a los que son habituales de esta enorme extensión, ya sea en bici o
caminando, sí que les resulte familiar el conocido como puente de la Culebra.
Son los vecinos del barrio de Campamento quienes tienen más
a mano este recóndito secreto que se localiza en el extremo suroccidental de la
Casa de Campo, en la zona denominada El Zarzón. Si transitamos por el Anillo
Verde Ciclista tarde o temprano hará acto de presencia el arroyo de Meaques,
afluente del río Manzanares y el curso de agua más relevante de cuantos surcan
las tierras de este pulmón madrileño. Entre sombras, salvando la grieta que
abre su curso, nos encontraremos con este singular puente de piedra con más de
230 años de historia y vida.
Fue el monarca Carlos III quien le ordenó a Francesco
Sabatini que construyese cinco pasos elevados que fuesen salvando las
incursiones acuíferas de este arroyo por el Real Sitio de la Casa de Campo. El
autor de la Puerta de Alcalá se puso manos a la obra con este proyecto en 1780
y dos años más tarde, en 1782, el puente de la Culebra era una realidad. Lo más
llamativo de este elemento es su nombre y su cuerpo ondulante. Ambos aspectos
van de la mano puesto que el trazado del puente nos recuerda al de un reptil,
al de una culebra. De ahí que, a pesar de ser llamado originalmente como
«puente Estrecho», muy pronto pasó a ser bautizado como puente de la Culebra.
Su caprichosa forma no es algo casual ya que el monarca le
pidió a Sabatini que se las idease para construir un puente estético y bonito y
que, a la vez, impidiese el acceso de los carruajes. El italiano se las ingenió
para cumplir con las exigencias del rey. Este puente, se ve amplio y elegante,
pero sus formas curvas limitan su acceso dejando solo algo más de 1,80 metro de
anchura a su paso. Mide algo más de 30 metros de largo y tiene una base de
ladrillo, mientras que su parte superior es de granito. Otro elemento notable
son los pináculos que lo adornan, por desgracia varios de ellos no son los
originales sino que hubo que reponerlos ya que, hace poquitos años, fueron gravemente
dañados en un acto vandálico.
Este tranquilo puente conforma una de las postales más
bellas de cuantas asoman en la Casa de Campo. Estamos hablando de una
competencia formada por más de 1700 hectáreas pero es cierto que, gracias al
estanque que el Meaques forma entre sus cuatro ojos, la escena parece sacada de
un cuento. No es ni el más grande, ni el más conocido, ni el más espectacular,
pero el puente de la Culebra tiene credenciales suficientes como para
obligarnos a hacer una visita a esta poco transitada área de la Casa de Campo.
Allí, envuelto en una discreción absoluta, nos espera este secreto del siglo
xviii. Su serpenteante trazo es un perfecto guiño ante el que pocos podrán
mirar indiferentes.
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