NADANDO EN EL RECUERDO
El pantano de Úzquiza, en la Sierra de la Demanda, esconde
bajo sus aguas la memoria del recuerdo.
Lo que hoy es el segundo embalse del Arlanzón años atrás
fueron tres humildes pueblecitos, Herramel, Úzquiza y Villorobe, que cedieron
sus tierras en 1986 para ser sepultados por las aguas de un nuevo pantano que
abastecería a la ciudad de Burgos.
Villorobe se encontraba a 32 kilómetros de la capital y era,
de las tres poblaciones hoy desaparecidas, el de mayor dimensión con una
superficie de cultivo de 193 hectáreas, 540 de prados y pastizales y 2.330 de
terreno forestal. Además, fue Ayuntamiento de los tres pueblos.
A mediados del siglo XIX (1850), el pequeño pueblo burgalés
acogía a 21 vecinos y 97 habitantes. Había por entonces 50 casas además de una
escuela de instrucción primaria y la iglesia parroquial de San Esteban.
Ya a finales de siglo, en 1894, el número de habitantes
ascendió a 176 y los edificios habitables ya sumaban 140. También había, además
del molino, la fragua, la Casa de Concejo y escuela propia, un horno, un potro
de herrar, y una taberna cerca de la plaza del pueblo.
El censo de población mostraba en diciembre de 1940 un total
de 240 habitantes que se repartían en 51 viviendas y que incluso eran superadas
por el número de edificios destinados a otros usos que ya eran 70.
Antes de abandonarlo definitivamente en el pueblo aún vivían
215 personas. Poco después, ya no quedaba nada, solo escombros. El lugar donde
tantas generaciones habían convivido a lo largo de los siglos desaparecía para
siempre arrastrado por las aguas.
Villorobe, como cualquier otro en aquellos tiempos, era un
pueblo que subsistía gracias al trabajo de todos sus habitantes. Su economía se
basaba fundamentalmente en la ganadería (orientada de manera exclusiva al
ganado ovino, bovino y porcino). Es por ello que las familias guardaban con
gran mimo su ganado en la cuadra, que formaba la planta baja de las viviendas.
El trabajo era duro pero esencial todos los días del año. Cuando el viento
invernal conducía los primeros copos de nieve del día peinando los campos,
helando sus pastos, el silencio que reinaba en las eras tan sólo era
interrumpido por el madrugador esfuerzo de los villorobanos.
Era tal el valor de estos rebaños para la subsistencia
familiar que, incluso en invierno, el pastor o el que ejercía de “vaquero” como
se solía decir, tenía que dormir en lo alto del monte para evitar cualquier
disgusto. Con la desaparición del pastor contratado, el que desempeñaba las
tareas en su lugar era, entonces, acompañado por un zagal.
De todo este trabajo, lo que se conseguía con los rebaños
era vender los corderos y obtener lana para, después de lavarla, bien venderla
o bien utilizarla para hacer colchones.
Aparte de los rebaños, había que ocuparse también del resto
del ganado.
Las vacas servían de apoyo en numerosos trabajos: ayudaban a
transportar la leña, a trillar, a arar la tierra y, además, se obtenían
beneficios de la venta de sus terneros a los carniceros que bajaban de Burgos.
Pero, también, suponían su esfuerzo puesto que, en invierno, cuando se
guardaban en la cuadra de la planta baja de la vivienda, había que llevarlas
día sí día también a beber al río.
Todo lo que conseguían era producto del trabajo diario,
tanto de mayores como de pequeños, puesto que toda la familia contribuía en las
tareas. Mientras los mayores se podían dedicar a la elaboración del pan,
respetando eso sí los típicos turnos del horno común, los niños traían el agua
de la fuente que se encontraba a medio camino entre Villorobe y Herramel.
Sin embargo, no todo era trabajo en el pequeño pueblo
burgalés.
El 3 de agosto era otra fecha marcada por la fiesta de San
Esteban. Era un día muy especial pues, aunque no había festejo alguno, ese día
solo se hacía misa y, lo más importante, se dejaba de trabajar.
Pero, todo tiene un final y lo que siempre había sido un
rumor pronto se convirtió en una realidad. Burgos necesitaba un nuevo pantano
para abastecer a la ciudad. No se podían negar, era algo primordial.
El 28 de marzo de 1974 se presentó el trámite de expropiación
forzosa de los bienes rústicos y urbanos afectados. El 5 de julio de ese mismo
año, el Consejo de Ministros acordó el traslado de los tres pueblos. En enero
de 1986 se produjo el abandono definitivo.
Solo, vacío, desértico, inerte…Así es como queda el pueblo
de Villorobe y el corazón de sus últimos habitantes al abandonarlo en 1986.
Ahora solo queda volver a empezar.
Finalmente, el agua cubrió el valle en 1987, aunque no
funcionó a pleno rendimiento hasta 1989.
Ya han pasado muchos años. Ahora en verano. Cada vez
más, el calor se hace insoportable y las aguas del pantano se presentan
irresistibles. Nadar sobre siglos de historia nos hace estremecernos.
Fuente: Sandra Villorobe
1 comentario:
Mi familia proviene de este pueblo, más precisamente mi bisabuelo Pineda. Seguramente por los pueblos de la zona debe seguir rondando mi sangre.
Saludos desde Argentina
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