jueves, 20 de julio de 2023

Torre inclinada con nido de cigueña

 


Un enorme nido de varios cientos de kilos se tambalea en medio de la campiña de Santillán del Agua, cerca de Lerma, dejando una estampa del todo inusual que se viralizaba en redes sociales. Nos acercamos hasta allí para conocer su historia

Las aguas del Arlanza son mucho más que vida para un río. Toda la vega, desde Covarrubias hasta Lerma, rezuma vida con la riqueza de la flora y la fauna que se aprecian en cada rincón escondido de un meandro del río o ya sea en la llanura que precede a las tierras de cultivo de Lerma.

 Las estructuras de hormigón de la balsa de regadío de Báscones se mueren, se han dejado morir. Aún así la vegetación rompe la estructura pretensada del hormigón armado y se abre vida. Y más allá.

 Juanjo Asensio es un amante de la fotografía rural. Y de la urbana también. Hace unos días publicaba en su página de Facebook una curiosa imagen en la que se puede contemplar un enorme nido de cigüeña sobre el tejado de las antiguas instalaciones de regulación de la balsa de regadío de Báscones, en Santilllán del Agua.

 Esta imagen se aprecia desde la carretera, en medio de la nada y sin un camino de fácil acceso, por lo que es complicado acercarse y también es fácil que pase desapercibido si uno no se fija en el paisaje al transitar por la carretera entre Lerma y Quintanilla del Agua.

 Pero Asensio es un genio de la poesía visual. El hábil ojo del observador repara en esta estructura. Filtra la luz y las sombras y las regala en sus redes sociales. En este lugar, se ha parado el tiempo porque las cigüeñas ya han criado y sus ciguñuelos han volado del nido.

 Y ahí ha quedado, como testigo de su presencia, una de las imágenes más curiosas que deja el verano en la provincia, una torre inclinada con el peso de tres grandiosos nidos de cigüeña en su cúspide.

 La inclinación se debe a que los cimientos cedieron hace 10 años bajo la fuerza de un tractor que araba cerca de la caseta, según asegura un agricultor de la zona. «El peso del nido puede llegar a derribarla», determina.

 Ha llegado el momento de la partida, de dejar vacío el nido con la llegada del calor más intenso del verano y su canícula. Estas aves se van en busca de un clima mejor, más adaptado a su delicado organismo. Pero en el paisaje quedan los nidos vacíos como augurio de que llega el secarral y no hay más comida fresca para ellas.

 Puede parecer una metáfora, pero es la pura realidad. Sobre la estructura de hormigón, ladrillo y cemento que el hombre ha dejado morir, las aves han encontrado refugio de vida desde hace decenas de años. El enorme nido, que podría pesar unos 1000 kilos, es la viva estampa de cómo la vida se abre camino.

 Un nido sobre otro y sobre otro; y sobre un tercero. Varias generaciones de aves han visto cómo ha evolucionado la vida del hombre. Pero el género humano no se ha parado a ver evolucionar ni a estas aves ni a otras.

 Y eso que la vida es tozuda, se impone sobre la muerte, por encima de las ruinas, renace cada año con la llegada de las cigüeñas. La vida no permite la muerte de la estructura, de la balsa de regadío. Allí las zancudas acuden cada inicio de año para criar. A estas aves les gusta la vida que se genera en el entorno del Arlanza.

 Los nidos hacen equilibrio sobre un tejado que soporta demasiado peso. Se inclina, atraído por la tierra, corre peligro de irse al suelo. Pero como ese anciano que se agacha y se sujeta sobre su bastón en el suelo, el viejo nidos de cigüeñas de Báscones, se mantiene.

 Tiene vida propia. Y si la mano humana no lo remedia, el nido se irá al suelo. Aunque la torre, en medio de la nada, El tejar de la caseta se hundirá. Pero vendrán nuevos tiempos, vendrán nuevas cigüeñas, vendrá la nueva vida. La máxima evangélica de que hay que morir para vivir.

 Fuente: Burgos conecta