Un crimen y la Inquisición marcan esta pintoresca calle del
barrio de Lavapiés
Al lado de la plaza de Tirso de Molina, la calle Cabeza es
una de las más bonitas, y hoy codiciadas, de Lavapiés. A quien se haya fijado,
en la placa de azulejo que anuncia el nombre de la vía sorprende una imagen
espeluznante, la de una cabeza decapitada encima de un plato, una espada y un
carnero degollado que sangra visiblemente.
En el Rastro compró un carnero para comérselo y cuando iba
para su casa un alguacil le hizo detenerse porque iba dejando un reguero de
gotas de sangre. Al ser interrogado por ello, el antiguo sirviente contestó tan
tranquilo que era su almuerzo. Pero al descubrirse, apareció la cabeza del cura
al que había dado muerte años atrás, incriminándolo.
Es difícil saber cómo puede ser que se apareciera la cabeza
decapitada del antiguo amo del sirviente pero cuenta la leyenda que el criminal
se quedó tan asustado por el suceso que confesó su antigua fechoría allí mismo.
Poco después fue ejecutado en la Plaza Mayor y al parecer Felipe III hizo que
se instalara un busto con la cabeza decapitada del cura en esa misma calle como
recuerdo del crimen.
Pero la calle Cabeza es pródiga en memorias tristes y tiene
otra historia macabra detrás, aunque esta no contiene ni un ápice de fantasía.
Tal como cuenta Mesonero Romanos, el gran cronista madrileño, en el número 16
estuvo desde el siglo XVIII la cárcel de la Inquisición, conocida como la de la
Corona. Una cárcel en la que se torturaba a los desdichados herejes de la
Iglesia y donde decenas de hombres padecieron infinidad de calamidades.
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