domingo, 27 de marzo de 2016

Real Jardín Botánico de Madrid



Declarado Jardín Artístico en 1942, entre sus colecciones destacan un herbario con más de un millón de pliegos, la biblioteca y el archivo, con cerca de 10.000 dibujos, así como la muestra de 5.000 especies de plantas vivas.

En el recorrido por el jardín y sus invernaderos se combinan contenidos botánicos generales, curiosidades, historia, singularidad de los ejemplares, usos de las plantas e importancia de las mismas en nuestra vida. Ofrece visitas guiadas por un monitor para conocer la multitud de especies que pueblan este rincón verde en el centro de la ciudad, desde las cebollas o las rosas hasta las plantas más exóticas.

El emplazamiento actual del Jardín botánico no es casual y responde al interés del monarca ilustrado, Carlos III, de crear en Madrid un complejo dedicado  a las ciencias naturales. Por eso se ubicó junto a lo que hoy es el Museo del Prado, que a finales del siglo XVIII era el Museo de Ciencias Naturales. El espíritu científico se conserva en la actualidad ya que es espacio está gestionado por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, que organiza multitud de actividades de carácter divulgativo, como jornadas y exposiciones.


¿Qué son los espíritus domésticos?




 El origen de las creencias en los espíritus domésticos se pierde en la noche de los tiempos. Se sabe, por ejemplo, que en la antigua Roma se rendía culto a los penates, unos espíritus encargados de la custodia del hogar a los que se invocaba y ofrecían sacrificios.

En general, estos geniecillos son entidades vinculadas a la naturaleza o el mundo mágico, capaces tanto de otorgar favores como de causar todo tipo de incomodidades. Así, en las leyendas es habitual que los espíritus domésticos aparezcan realizando las tareas de la casa o ayudando en los partos, pero también perturbando el sueño de los humanos, escondiendo objetos y provocando accidentes. En los relatos donde se les menciona a menudo se indica que, en general, permanecen tranquilos si se les muestra respeto y se les entrega algo a cambio de sus servicios.

En los países eslavos, se afirmaba que los donovói, unas criaturillas peludas que vivían cerca de la lumbre, cuidaban de la casa y los niños, pero también causaban problemas a los vecinos. Del mismo modo, la mitología báltica cita a los aitvaras, unos seres parecidos a gallos con colas ardientes que aportan oro y alimento a la familia. El problema es que  suelen robárselos a los vecinos.

A los kobolds, unos duendecillos del  folclore alemán, también les  gustan las chimeneas. Encuentran cosas y mantienen a raya las plagas, pero si no se les alimenta, pueden gafar la vivienda. Los brownies, típicos de Escocia e Inglaterra, hacen diversas labores a cambio de miel y gachas, pero son orgullosos, y pueden dejar la casa si creen que lo que reciben es una especie de pago. Las bean tighe, del folclore irlandés, se hacen cargo de las tareas domésticas y cuidan de los niños y las mascotas. Solo piden por ello un plato de fresas.

En distintas zonas de España, también existen los espíritus domésticos. En el folclore asturleonés se menciona, por ejemplo, a unos trasgos reconocibles por el agujero que lucen en su mano izquierda. Si están de buenas, ayudan en casa, pero suelen ser muy traviesos, y prefieren armar jaleo por las noches, y esconder y romper cosas.

Los antropólogos suelen coincidir en que estas tradiciones están relacionadas con el culto a los antepasados. Edward Burnett Tylor (1832-1917), uno de los padres de la antropología social, sostenía que se trataba de un remanente de las primeras fases del desarrollo cultural, en las que las comunidades otorgaban a cualquier fenómeno desconocido una explicación animista.


miércoles, 23 de marzo de 2016

Torrijas madrileñas



El origen de la torrija se pierde en la noche de los tiempos. Es casi seguro que se inventó en los conventos, como un modo de aprovechar el pan que se empezaba a poner duro, convirtiéndolo en un calórico postre. Posiblemente, las "poderosas" torrijas contribuían a nutrir bien el cuerpo en una época, la Semana Santa, en que era preceptivo el ayuno y la abstinencia de carne. Una rebanada de pan con huevo y leche tiene casi tantas calorías como un filete.
En Madrid se convirtieron en uno de los postres más populares desde el Siglo de Oro. Es uno de los pocos dulces que no solo se vendía en pastelerías sino también en las tabernas, y solía acompañarse con un vasito de vino dulce.

Vamos con un par de recetas muy madrileñas.

Torrijas a la madrileña
 Ingredientes:
4 rebanadas de pan, una taza de leche, 2 huevos, un limón, una cucharada de canela en polvo, una taza de azúcar, una ramita de canela, una taza de aceite de oliva.
Preparación:
Calentar la leche en un cazo con la piel de limón, la canela y 1/3 del azúcar. Cocer a fuego suave 5 minutos. Apartar y dejar enfriar.
Colar y poner la leche en un plato hondo. Introducir las rebanadas de pan en la leche y dejarlas empapar ligeramente, colocándolas a continuación sobre una rejilla.
Batir los huevos en un cuenco hasta que estén bien espumosos. Calentar abundante aceite en una sartén, pasar las rebanadas de pan por los huevos batidos y echarlas en el aceite, procurando que no esté demasiado caliente (si se forma espuma en la superficie de la sartén, quitarla con una espumadera). Sacar y escurrir sobre papel absorbente.
Colocar en un plato el resto del azúcar con la canela molida y mezclar bien ambas cosas. Cuando las torrijas estén escurridas espolvorearlas por todos lados. Servirlas templadas o frías
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Torrijas madrileñas al vino
 Ingredientes:
Rebanadas de pan de barra
150grs de azúcar
½ litro de vino (puede ser tinto, pero son más ricas con vino dulce, que se puede rebajar con unas gotas de agua)
½ litro de aceite
3 huevos
Canela molida
Preparación:
Se mojan las rebanadas en el vino. Se rebozan en huevo batido y se frien en aceite bien caliente hasta que se doren. Se escurren, se espolvorean con azúcar y canela, y se dejan enfriar.